¡Adiós, Fantasía mía!¡Adiós, querida compañera, amor mío!Me voy, no sé adóndeni hacia qué azares, ni sé si te volveré a ver jamás.¡Adiós, pues, Fantasía mía!Déjame mirar atrás por última vez.Siento en mí el leve y menguante tic tac del reloj.Muerte, noche, y pronto se detendrá el latir de mi corazón.Durante mucho tiempo hemos vivido, gozado, y acariciado juntos, en deliquio.Ahora hemos de separarnos. ¡Adiós, Fantasía mía!Pero no nos apresuremos.Largo tiempo, ciertamente, hemos vivido, dormido, nos hemos mezclado el uno con el otro.Si morimos, pues, moriremos juntos (sí, continuaremos siendo uno),si vamos a algún sitio, iremos juntos a afrontar lo que ocurra:quizás seremos más libres y alegres, y aprenderemos algo,quizás me estés ya guiando hacia las verdaderas canciones, (¿quién lo sabe?),quizás eres tú el mortal pomo de la puerta que deshace, gira...Finalmente, pues, te digo: ADIÓS! ¡SALUD, FANTASÍA MÍA
Walt Whitman
Algún lugar del sur de Marruecos (cc) Mario Tikvah
04 octubre 2008
El eterno vacío en blanco
La palabra del poeta es el último suspiro, el último abrazo, es la amarga despedida.
La coexistencia del primer amanecer, de la larga y dulce noche y de todos los colores del día.
Es la enredada batalla por llenar de sentido, el eterno y blanco vacío.
Es la ausencia de la que nacemos, la nostalgia de lo que nunca tuvimos, es la búsqueda de lo que nunca entendimos.
De esta manera arde la pasión del poeta, así se estremecen y se airean sus miedos, en esos mares se ahoga y en esas palabras se salva.
(CC) Mario Tikvah
Hay
El sueño de la palabra
Se quedó suave y dulcemente dormida, con el libro abierto entre su pecho.
Las palabras descansaron en el vaivén de su profundo respirar,
Nunca pensaron estas poder formar parte de un sueño;
El destino soñado de toda palabra.
(cc) Mario Tikvah
Las palabras descansaron en el vaivén de su profundo respirar,
Nunca pensaron estas poder formar parte de un sueño;
El destino soñado de toda palabra.
(cc) Mario Tikvah
Abraza mi existencia
Abraza mis rarezas, mis descomunales ausencias,
mis desviadas miradas, mi cúmulo de desatenciones,
porque voy veloz y lento en el vehículo que abandonó mis palabras,
que abandonó mi cordura y mi razón; para viajar más allá del fino velo que cubre nuestra alma, donde se encuentran los universos
que cimientan nuestra existencia.
(cc) Mario Tikvah
mis desviadas miradas, mi cúmulo de desatenciones,
porque voy veloz y lento en el vehículo que abandonó mis palabras,
que abandonó mi cordura y mi razón; para viajar más allá del fino velo que cubre nuestra alma, donde se encuentran los universos
que cimientan nuestra existencia.
(cc) Mario Tikvah
El viento y la tela
Era en un comienzo de tarde, en medio del verano, estaba sentado en la galería de aquella enorme casa de principios de siglo. La luz era dorada por el filtro de las cortinas sepias, mágicamente se colaba una fresca brisa marina, que hacía bailar las cortinas y conquistaban con su baile el centro del pasillo. Y allí dos testigos, sentados en paralelo, en dos sillones de esos orejeros, él de ojos gastados, de pocas palabras, de piel arrugadita, a su lado; un joven de ojos abiertos y postura inquieta. Uno, cerraba sus ojos siempre cansados, otro, contemplaba el baile del viento y la tela y miraba al ancianito, que parecía con esa tranquilidad ser el motor que hacía jugar el momento. Y el instante los llenó de paz y los acompañó un tiempo pasajero pero sin minutos, sus soledades se agarraron de las manos, la tregua del cálido verano refresco sus sentidos, sus frescas emociones y la memoria de quien hoy escribe. Una memoria que dejó un huequito al recuerdo de un encuentro.
(cc) Mario Tikvah
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